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La obra permanece, el autor no

Esta semana quería hacer una reflexión sobre la ilusión y el miedo a partes iguales ante la publicación de un libro o al saber que alguien va a leerlo aunque ya lleve tiempo publicado. Creo que es algo que compartimos muchos escritores. Estos sentimientos vienen a mí a pocas semanas de la publicación de mi nueva novela, Trans XYQ, la primera que publica una editorial. Hasta ahora, salvo un par de relatos en dos antologías de ciencia ficción, siempre había publicado yo mis libros y en el resto compartía protagonismo con otros autores. En este caso, aunque se trata de una historia íntegramente mía (en la que se incluirá el prólogo e ilustraciones de otras dos personas) hay más gente trabajando y apostando por el libro y se me hace extraño no poder, ni realmente tener que controlarlo todo.


En la preparación y publicación de un libro intervienen varias personas (por ejemplo el corrector, ilustrador, maquetador, editor, distribuidor… siempre que todas estas sean personas distintas), pero sí que es cierto que al autopublicar, la mayor parte de estas tareas y decisiones, las que pueden determinar el éxito de un libro, dependen del autor. Y el autor no siempre tiene por qué saber tomar esas decisiones, y menos si es la primera vez que lo hace. Publiqué mi primera novela, Último tren a la Tierra, en 2014, hace más de seis años. No soy la misma persona que escribió ese libro, de hecho, no pensaba en esto por lo que escribo ahora esta reflexión, con lo cual eso ya me hace diferente a entonces. Me lancé a publicar sin tener ni idea de lo que estaba haciendo, más allá del hecho de que tendría el libro en mis manos y otros también podrían tenerlo.


¿Me arrepiento? No. ¿A qué viene esto entonces? Viene a que Último tren a la Tierra es el libro que más se vende de todos los que he publicado, y conforme más tiempo pasa, más miedo tengo de que la gente lo lea y de la opinión que puedan tener. Y no es miedo a que no les guste la historia, porque eso puede pasar y hay que contar con ello; es miedo a que lean a una Irene que ya no soy y de la que cada vez estoy más lejos, y quizá eso les haga tener una incorrecta opinión de mí como escritora. Un libro que no gusta no convierte al autor en mal escritor, el escritor cambia en el tiempo, aunque también haya malos escritores. Pero, ¿cómo diferenciar esto?


No me considero una escritora excepcional, y por supuesto cada uno puede creer lo que quiera. Pero sí creo haber mejorado con el tiempo, al menos, me releo y soy capaz de apreciarlo, mis fieles lectores también lo dicen, y no puedo evitar pensar en que se me juzgue por la primera vez que hice algo, en este caso, por publicar sin tener experiencia, por ser alguien que ya quedó atrás en el tiempo de forma inalcanzable. No tengo esta sensación de ligera angustia cuando sé que alguien va a leer algunos de mis otros libros o relatos. Si les gusta o no depende mayormente de ellos y creo que no tanto de mí, tan solo agradezco el interés y el tiempo dedicado en explorar mi trabajo. Esto pasa con menos frecuencia. No vendo mucho ni tengo muchas descargas, va por épocas, pero Último tren a la Tierra sigue siendo la piedra sobre la que empecé a edificar mi… universo. Y aunque visto desde el hoy, esa piedra no fuera la más grande o la más resistente, sí que era la mejor que tenía en aquel momento, o seguramente la única. Porque, quizá, otra Irene no hubiera escrito esa historia y ahora no existiría.


También se da el hecho contrario: gente a la que Último tren a la Tierra le ha gustado mucho y por esa razón han seguido leyéndome, encontrando que mi evolución no les ha gustado tanto. En ciertos casos me lo han hecho saber, pero yo, sin embargo, le he restado importancia porque me siento cómoda con mi evolución. Cada Irene Robles ha escrito cada una de esas obras y cada lector las vivió a su manera.


Con el tiempo, mis obras seguirán ahí para quien quiera leerlas y siempre quedará algo entre las páginas de un libro de la Irene que lo escribió. Seguiré cambiando con una sola cosa segura, que nunca serán las mismas Irenes las que inician y concluyen cada historia.



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